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Póstumas palabras de agradecimiento


Muchos de vosotros sabéis lo que ocurrió, hoy hace una semana: la pérdida de mi madre, de nuestra madre. Ya perdí a mi padre en 2008. Fue duro el golpe, pero aún me -nos- quedaba la madre, la mama. Nunca imaginé el vacío que estaba por llegar. Lo intuía. La llamaba todos los días a las 21:00 horas, y había días que se me hacía complicado. Todo lo que hacemos con obligación finalmente pierde su sentido. Más que nada porque había días que no tenía ganas de hablar con nadie, o no tenía nada que contar que fuera mínimamente interesante. La rutina de los días a veces te arrastra hacia ningún lado. Un error. Tampoco es que tengamos que vivir en la emoción constante, pero mal parece que estés forzado a ello. Creo que me entiendes. De seguro también te ha pasado a ti. O te pasará.

Sin embargo también había buenas conversaciones. Unas entrañables, otras de risas cómplices. ¡Joder mama, lo que te echo de menos! Fíjate que anteayer me dije, bajo a la calle, camino un rato que me hará bien y llamo a mi madre. Apenas cuando el pensamiento se conformó, me di cuenta. ¿A quién vas a llamar, Carlos?

Sea como fuere, estamos en esta vida, que no deja de ser un «parque de atracciones y desafíos» constantes. Esa noria que sube y baja hasta que se acaban las ‘fichas’ y no hay operador que la ponga en marcha.

Mi madre nos dejó, en cuerpo, pero su alma permanecerá siempre que sepamos recordarla, para lo bueno o lo no tan bueno. Ya os digo que si soy quien soy es algo más que salir de su vientre. Ella, siempre obcecada en que tuviera estudios universitarios -igual que mi padre-; siempre obstinada en que fuera una buena persona. Algo que, incluso, consigo a veces.

En fin. He escrito estas palabras sobre sus últimos momentos. Son palabras de agradecimiento a la residencia en la que esperó la muerte anunciada. En las ultimas semanas, yo solo quería estar con ella, hacerle ver que no estaba sola y que todos sus esfuerzos por hacernos mejores fructificaron. Lección de vida.

A la postre, fui afortunado de tener esos momentos. Todas las lágrimas que aún me cuesta soltar -no sé porqué- son la emoción de un sentimiento que me humanizan. También a veces pienso: ¡Lástima no ser un robot! No sé si compensa cargar con el peso de ser un simple y leve ser humano.

Aquí está el mensaje de agradecimiento

Quien sepa explicar lo que es la vida que levante la mano. Quien sepa explicar lo que es, y significa, la muerte, que haga lo propio. Escucho silencio. Es normal, yo tampoco sabría dar respuesta a esas preguntas osadas.

En la fe guardamos la esperanza. La fe nos procura un arma para combatir el desasosiego y la propia desesperanza, por contradictorio que pueda parecer.

Mi familia y yo hemos transitado por los pasillos amables de esta residencia y nos hemos visto abrumados en el momento final, en ese ‘viaje’ que sobrepasa cualquier límite de consecuencias irreductibles.

Sin embargo, la cotidianidad del vaivén incierto se ha visto atemperada por un sentimiento cómplice de atención sublime, más allá de la necesaria atención médica y los mensajes diarios de la App, siempre agradecidos.

Sí, nos hemos sentido acompañados, bien arropados.

Nuestra madre, María de los Ángeles Espinosa, pasó aquí sus últimos meses. La decadencia de la enfermedad la fue minando. Todos la acompañamos hasta el último momento. Creo que lo sintió así.

Tan religiosa ella, no podía tener un final más apoteósico que encontrar a su Jesús de Medinaceli saliendo en procesión por las calles de «su Madrid», en el Viernes más santo que, probablemente, pudiera imaginar. Quizá tampoco hubiera imaginado que su responso sucediera un domingo de resurrección. O sí. Quién sabe. Fue una Semana de Pasión en su más estricto significado.

Tan religiosa ella, insisto, que siempre quería ir a misa y que siempre pedía: «Por la paz en el mundo», bajándose la mascarilla en la misa de los sábados a las once…

Pero volvamos a lo terrenal, en los detalles suele estar la diferencia. En mi recuerdo siempre estará Juan Carlos, quien mientras se abría la puerta del aparcamiento ya estaba buscando a mi madre para traerla hasta mi; o la voluntad irredenta de esas particulares misas donde nuestra madre pudo comulgar por última vez. Gracias, ministras. El son de la guitarra y su alegría permanecen, permanecerán como sonido en la memoria.

A vosotros, médicos, enfermeras y enfermeros, a todo el personal de la residencia Sanitas de Colmenar Viejo: Gracias.